Reflexión sobre Pasaje autobiográfico de Jaume Martínez.


Uno contra el mundo.
   
     Somos animales de costumbres. Los cambios suelen generar recelo, cuando no, miedo. Cuando una o uno se lanza al mundo con la mochila llena de cambios que proponer, en pos de mejorar la realidad que considera mejorable, no suele pensar en que todos somos animales de costumbres y que los cambios radicales, lo más seguro es que generen violencia. Violencia no por la forma en la que se quieran llevar a cabo, pues seguro que el recién licenciado Jaume, cuando se presentó a su alumnado de esta forma rompedora, no tradicional, comunicando a sus estudiantes que no haría exámenes, seguramente lo hizo lleno de entusiasmo y no de agresividad. Cuando digo violencia, me refiero al sentido de la palabra en cuanto a calidad: con una rapidez inmediata, con un impacto explosivo, con la fuerza que genera toda sorpresa. Porque todo cambio conlleva una necesidad de adaptarse, un tiempo que depende no sólo de la subjetividad de cada persona al cambio, sino de cuan grande sea la distancia a recorrer entre el punto de partida y el cambio al que se pretende llegar. Así, el joven Jaume (2010) pretendía hacer un cambio radical en el sistema educativo, siendo en aquel colegio uno contra todos y, además, haciéndolo público con su declaración de intenciones.
Resultado de imagen de educación: placer o sufrimiento

     Más allá de mi opinión personal acerca de como Jaume pretendía llevar a cabo esos cambios, creo que una persona, como docente, debería tener en cuenta este aspecto de la naturaleza humana frente al cambio y, más allá, conocer personalmente como reaccionan sus estudiantes ante el mismo antes de emprender ese proceso, ese viaje a través de la mejora. En mi opinión, un cambio que a priori puede parecer muy positivo, si no se efectúa con la debida sensibilidad puede generar no solo rechazo sino también un empeoramiento en la situación educativa, bloqueando toda posible apertura al cambio. En cuanto a educación se refiere, creo que la violencia no es buena compañera y acciones como: presionar, forzar, empujar, desde el lado del docente deben dirigirse con mucha suavidad y habilidad para que resulte motivador para el alumnado y no apabullante. Cuando escribo estas líneas pienso en concreto en una de mis estudiantes preadolescentes de interpretación, en las ocasiones (al principio de conocernos) en que trataba de presionarla para que involucrase todo su cuerpo, su reacción era la opuesta a la deseada. Solo con mucho tiempo, confianza, refuerzo positivo, paciencia y observación de sus compañeros, esta estudiante ha iniciado su viaje hacia el cambio.

     Por otro lado, he empatizado con las emociones de la experiencia de Jaume. No por la situación planteada, sino por su reacción. Hace algunos meses tuve que dejar de dar unas clases en un colegio con situaciones familiares conflictivas, porque descubrí, con tristeza, rabia y sorpresa, que carecía de las herramientas pedagógicas suficientes para lidiar con aquella situación. Era frustrante no poder avanzar, siquiera para explicar un juego, debido al brote constante de conflictos entre el alumnado y mi impotencia para poder guiarlos hacia el consenso. Como dice Jaume (2010), espero en el futuro tener suficientes recursos y estrategias para poder seguir acumulando experiencia en la docencia pacífica y constructiva.  

* Bibliografía:

Martínez Bonafé, J. (2010). "Pasaje autobiográfico. Mi primer día de escuela." Revista Cuadernos de Pedagogía. Nº 404. Septiembre.

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